Asuntos alimentarios y otros líos que nadie te enseña

Hace años pensaba que la clave para no comer mal era llenar el plato de verduras y beber mucha agua.

Spoiler: acababa comiéndome la verdura… y el donut.

Porque, claro, lo mío “no era hambre”. Era ansiedad. Pero de eso nadie hablaba.

Y cuando sí lo hacían, te encontrabas dos tipos de gurús:

Por un lado, el talibán del brócoli que decía que todo se arregla comiendo limpio y pesando los garbanzos.

Por el otro, el “disfruta la vida” que metía donuts en los macros y decía que todo era balance, aunque por dentro estuviera roto emocionalmente.

Y ahí estás tú. Con hambre, con antojos, sin saber si comerte un puto plátano o llorar en la ducha.

Así que hoy no te traigo una solución mágica.

Te traigo 10 verdades que ojalá me hubieran dicho antes:

1. Si comes cada vez que estás triste, nervioso o aburrido, no tienes hambre, tienes un problema que estás esquivando.

Y no se arregla con más brócoli. Tampoco con otro donut. Aprende a distinguir: hambre real o estás comiéndote tus mierdas emocionales. Si es lo segundo, igual toca afrontar lo que no estás digiriendo.

2. Más saciedad no siempre = menos antojos.

Puedes petarte a verduras y pechuga hasta reventar, y seguir deseando ese puto croissant. Porque el antojo no va de estómago lleno, va de cabeza vacía. De emociones que no sabes gestionar. Así que no pongas todo el peso en comer más “volumen” y empieza a trabajar lo que hay detrás.

3. El problema no es comerte un donut. Es comértelo con culpa o tragártelo sin darte cuenta mientras haces scroll.

¿Quieres comer mierda de vez en cuando? Bien. Pero al menos si lo haces, que sea disfrutando como un cabrón y no como un zombie arrepentido. Conciencia > control.

4. El entorno te gana.

No pongas a prueba tu fuerza de voluntad todo el día. Diseña tu entorno como si tu “yo cansado” fuera un crío sin filtro. Si hay mierda, te la vas a comer. Punto. No eres más fuerte por tener galletas en casa y no tocarlas.

5. Sentirte mal no te da derecho a comer como el culo.

Sentirse incómodo es parte de la vida. No tienes que tapar todo con comida. Tomate el hambre como cualquier otra sensación, cuando tienes calor y estás en un centro comercial no te desnudas ¿no?. Aprende a estar incómodo sin reaccionar como un bebé con tarjeta de crédito. Aguanta. Respira. Sal a andar. Escríbelo. Llama a alguien. Haz flexiones, lo que sea. Pero no pongas siempre la comida como respuesta automática a cualquier mierda que sientes. Eso se llama ser reactivo, no adulto.

6. Castigar lo que comes te lleva al bucle: culpa > restricción > atracón.

No hay alimentos “malos”, ni comidas que debas compensar. Si un día cenas como un cerdo, no desayunes como un monje al día siguiente. Vuelve a tu rutina, y punto. El castigo crea más ansiedad, no más progreso.

7. Si no sabes por qué comes mal, vas a repetirlo.

Si comes como el culo cada vez que duermes mal o discutes con tu jefe, escríbelo. Verás patrones. Y cuando ves patrones, dejas de creerte tus propias excusas. Lo que se mide, se mejora. Punto.

8. Tener estructura no es ser rígido. Es tener un sistema.

Comer más o menos a las mismas horas, con alimentos que te hacen bien, te da equilibrio. Pero no te vuelvas un robot. Si un día te pasas, no pasa nada. Si un día no comes “perfecto”, tampoco. Lo jodido no es el desliz, es el drama que montas después.

9. Tu cuerpo pide mierda cuando lo tratas como mierda.

Si no duermes, no entrenas y vas con cortisol por las nubes, es normal que busques azúcar. Antes de culparte, cuídate. No es que no tengas fuerza de voluntad, es que estás reventado. Y si estás reventado, tu cuerpo pedirá dopamina fácil: azúcar, grasas, porquería. Cuídate antes de juzgarte.

10. No necesitas ser perfecto. Solo constante.

El 85% del tiempo, come bien. El 15%, se flexible. Disfruta. Cena con amigos. Cómprate ese helado. Pero hazlo con cabeza. No con justificación. Ni dieta de monje tibetano, ni filosofía de “todo cabe si cabe en los macros” mientras cenas Doritos con proteína en polvo. Aprende a comer bien la mayoría del tiempo y deja espacio para lo social, lo emocional y lo real. Eso te cambia la vida. Lo otro solo te cambia el lunes.

No hay plan perfecto.

Pero hay un camino mucho más sano que contar calorías como un contable o vivir en piloto automático comiendo mierda “porque la vida son dos días”.

Y ese camino es el que sigo con mis clientes.

No les enseño solo a comer.

Les enseño a pensar antes de hacerlo.

Si quieres eso, ya sabes dónde encontrarme.